23 ago 2018

De Vaca Perdida al mundo La historia de Olga, la referente qom que representa a la mujer rural en el G20

Tiene 40 años y es la primera concejal indígena de Formosa. Lucha por los derechos de su comunidad y en particular, de las mujeres. "Queremos que nos vean y que nos escuchen", dice.
A Olga Francisca Aparicio (40) la crió su abuela Marta. “Ella era una mujer rural, maestra y gran artesana. Se preocupaba por hacer valer nuestro trabajo, hablaba de organización y me pedía plantear el tema cada vez que se acercaba algún funcionario en campaña. Ella se expresaba en idioma qomle´ec y yo traducía con timidez”, le cuenta en un español fluido a Clarín desde su casa de Vaca Perdida, un paraje indígena de Formosa en el que residen 300 personas. Siempre le quedó dando vueltas la idea de Marta y dice que en julio de 2002 cuando una fundación que venía trabajando en la zona les propuso empezar a reunirse entre las mujeres para lograr mejoras, ella no lo dudó: “Mi abuela ya no estaba, pero sentí que tenía que ponerme al frente, por ella”. Y así lo hizo. En 2015, se transformó en la primera concejal indígena de Formosa, ocupando ese cargo en Pozo de Maza, una localidad ubicada a 20 kilómetros de Vaca Perdida, y este año fue invitada a participar del W20 (Women 20), la mesa de trabajo sobre la mujer del G20 en la que va en representación de 2.000 artesanas aborígenes, entre qom, qomle´ec, wichi y pilagá. En marzo viajó a Nueva York a un primer encuentro y el 1° de octubre, día de su cumpleaños, estará en Buenos Aires como la voz de la mujer rural: “Queremos que nos vean y nos escuchen”. Ayer fue un día de sol e hizo 30 grados a la sombra, pero hoy llueve mucho y refrescó. Llegar a Vaca Perdida no es fácil. Los 53 kilómetros que separan el paraje rural en el que vive Olga de Ingeniero Juárez, la ciudad más cercana, son prácticamente intransitables. Se avanza lento, entre el barro y las piedras que están sueltas en el camino. Una hora y media y varios mates después, está el ingreso a la comunidad. “Hasta acá hay criollos, cruzando están los qomle´ec”, señalan. Unos metros adelante, se ve el canchón -como le dicen a los predios familiares- de Olga. Está delimitado por ramas clavadas una al lado de la otra en la tierra, que para esta hora es pantanosa. Tiene forma redondeada y adentro hay varias casillas, habitaciones dispersas. Algunas de madera, madera y chapa y hasta ladrillos. La esclavitud del siglo XXI tiene cara de mujer Mirá también La esclavitud del siglo XXI tiene cara de mujer Olga saluda con la mano y dos besos e invita a pasar al centro de la casa: una galería al aire libre que utilizan de cocina. Hay una fogata en el medio, en la que calientan aceite en una sartén para las tortillas fritas. Alrededor de las llamas están sentados algunos de los otros 20 miembros de la familia con los que comparte canchón: Adolfo Cain (58), su marido, y cuatro de sus hijos. Su papá va y viene. También hay perros, gatos, gallinas y una oveja que liberaron para que se fuera a pastar. El techo es de chapa y las gotas golpean fuerte por lo que Olga propone cambiar de lugar. Bajo otro techo, ahora de madera, arranca la charla. Habla de Nueva York, cuenta que caminó por el Central Park y vio la Estatua de la Libertad. Dice que más que los edificios, le sorprendió la diferencia de temperatura y ver nieve por primera vez: “En Vaca hacía muchísimo calor y ahí, frío”. Según relata, dejó su pueblo con mucha preocupación. “Estaba por desbordar el Pilcomayo y soy una de las referentes a cargo de las evacuaciones. No quería dejar a mi gente pero mi hija Aureliana (23) y mi marido me insistieron. Me dijeron que era más importante que hiciera llegar nuestro mensaje a esa reunión”, recuerda. Su pueblo no tiene cloacas, pero sí Internet, gracias a un centro de alfabetización digital, el Nanum Village, que llegó a varias de las comunidades indígenas y está a cargo de la Fundación Gran Chaco. Por eso, ella estuvo conectada todo el tiempo con su hija, que le fue contando por WhatsApp las novedades mientras Olga exponía en Estados Unidos. “Llevé fotos y videos, les conté del empoderamiento de la mujer rural a partir de la organización entre nosotras. Hablé del cambio climático y las crecidas que afectaron el 80% de nuestras tierras por las que estamos perdiendo el monte, de donde sacamos el alimento y los tintes para nuestras artesanías. Sobre todo eso voy a profundizar en Buenos Aires”, explica. Dice que, salvo excepciones, el hombre acepta el nuevo rol de la mujer. “A algunos no les gusta que viajemos. Pero estamos plantadas, organizadas. Y entonces nos respetan”, sigue Olga que explica que sólo en su pueblo son alrededor de 100 las mujeres que se juntan. “Hacemos artesanías y nos capacitamos en nuevas técnicas. Pero en los encuentros también hablamos de nosotras, compartimos preocupaciones y temas íntimos. Logramos un espacio que antes no existía”, reconoce. Si bien algunos miembros de la comunidad mantienen una mirada animista -creen que cada elemento de la naturaleza tiene alma y que, por ejemplo, hay que pedir permiso a los dioses del monte para recolectar sus frutos-, la influencia de la iglesia anglicana en Vaca Perdida llegó y Olga habla de un solo Dios. Sin embargo, se encuentra con algunas contradicciones. Es que en nombre de ese Dios los pastores le dicen que está mal usar anticonceptivos. “Si Dios quiere que la mujer tenga un hijo, hay que respetar su voluntad”, repiten. Para Olga es difícil sostener esa idea. Un recorrido por las culturas originarias de Formosa Mirá también Un recorrido por las culturas originarias de Formosa “Tengo siete hijos y soy feliz con ellos. Pero hoy la mujer puede decidir y yo les digo a mis hijas y a las mujeres de la comunidad que me preguntan que decidan. Pueden juntarse (con una pareja) y cuidarse. Hablamos de educación sexual. En 2010, nos ayudó mucho sabe cómo se dice en su lengua “soñar o desear”, pero sí tiene sueños. “No pido por mis hijos, que por suerte están bien. Pido por mi comunidad. Necesitamos trabajo digno, acá la gente es muy pobre, algunos reciben planes sociales (como la Asignación Universal por Hijo y el Progresar) y todos viven del monte, de mariscar (recolectar, pescar y cazar). También nos falta mucho en temas de salud y educación. Sueño con tener una secundaria en Vaca Perdida y, si se puede seguir soñando, un terciario. Por nuestros chicos, que son el futuro”, cierra Olga. Enviada especial. Vaca Perdida, Formosa. o una obstetra criolla. Es importante para, por ejemplo, seguir estudiando”, suma Olga, que completó sólo la primaria, entre otras razones, porque empezó a trabajar a los 10 años y fue mamá por primera vez a los 14.

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